domingo, 3 de mayo de 2009

LA MUERTE DEL GENERAL JUAN LAVALLE

Juan Galo de Lavalle.


Mausoleo que guarda los restos de Juan Lavalle (Cementerio de La Recoleta).



                                                                                  Por Sandro Olaza Pallero




        El Dr. Ricardo Quirno Lavalle, descendiente del general Juan Galo de Lavalle, pronunció una conferencia sobre la muerte del prócer en el Instituto Popular de Conferencias, en el Salón del diario La Prensa, el 9 de octubre de 1981. En esa ocasión se opuso a la tesis del suicidio de su antepasado esgrimiendo varias razones, entre ellas que no había fuentes documentales o testimoniales que expresaran el suicidio del general:
          “Durante 126 años se tuvo por verdad inconcusa, con arreglo a los documentos históricos disponibles, que el Gral. Lavalle había sido muerto por una bala federal, la cual habría atravesado por el ojo de la cerradura o perforado la puerta, cuando, súbitamente, en el año 1967, aparece un opúsculo titulado: “El cóndor ciego”, donde su autor, el Sr. José Maria Rosa, sostiene que el Gral. Lavalle se suicidó. Textualmente dice allí “que Lavalle se eliminó a sí mismo para cumplir su juramento de vencer o morir en la demanda, y no caer vivo en poder del enemigo”. 
           “La leyenda de su muerte accidental –sigue sosteniéndose en la obra precitada- la crearon sus amigos que se juramentaron en los Tapiales de Castañeda para guardar el secreto de la verdad de su muerte, y todos guardaron celosamente el juramento, y la apoyó con firmeza Juan Manuel de Rosas, amigo de su familia”. Como queda dicho se efectúa, por consiguiente, en “El cóndor ciego”, una triple aseveración: 1°) La de que Lavalle se suicidó; 2°) La de que sus amigos se juramentaron para ocultar la verdad del suicidio; 3°) La de que Juan Manuel de Rosas apoyó la versión de la muerte accidental, y encubrió la del suicidio, por amistad con la familia de Lavalle. No hay más, pues sino que analizar la triple sobredicha aseveración; y proyectamos verificarla a la luz de los preceptos pertenecientes a ciertas y determinadas ciencias que, a buen seguro, nos allanarán la ruta para esclarecer el enigma planteado. Para entrar en materia, conviene dejar registrados algunos hechos incluidos en la psicología que gravitan sustancialmente en este problema. Y a primera vista, el carácter peculiar del Gral. Lavalle, luchador, impulsivo, intrépido, temerario y romántico, rasgos que lo hacían sobremanera poco proclive a confesarse vencido, y a eludir, consecuentemente, la lucha eliminándose por propia mano. De esta suerte, viene a resultar asaz inconcebible la presunción del suicidio, cuando Lavalle era considerado, al unísono, hombre de morir peleando, como lo probó en múltiples batallas, pero señaladamente, en Famaillá, donde conduciendo personalmente a la caballería correntina al combate, expuso su vida una y mil veces. Súmese a esto otro detalle singularmente importante: el hondo sentimiento católico de Lavalle, su acendrada fe, que le vedaba concluyentemente, tomar en sí y por sí, la tremenda determinación, anatomizada por la Iglesia, de quitarse el preciado don de la vida dado por Dios, y que, para un católico, solo Dios puede quitar…¡En esto no hay excepción! Añádase que a la inversa es, igualmente cierta ya que no se conoce ningún escrito, ni unitario ni federal, contemporáneo o algo posterior al suceso, que afirme la realidad del suicidio”. 
         El doctor Quirno Lavalle agrega a su fundamento una fuente científica: la Medicina Legal, donde diferencia el suicidio del homicidio de fuego. "Pero hete aquí que ha llegado hasta nosotros un testimonio más preciso, más fidedigno, y por eso, más valioso: el del doctor Gabriel Cuñado, médico español que había combatido con los ejércitos realistas durante nuestra independencia, y que se había radicado, luego, en Jujuy. Este facultativo entró en la casa por la puerta delantera, y contempló el cadáver tendido en el zaguán. Dejó asentado, antre otros pormenores, "que luego de pisar el umbral de la puerta de calle, notó cerca de ésta tres gotas de sangre y un gran charco de la misma al llegar al arco del zaguán, donde estaba el cadáver en decúbito dorsal, con una herida, al parecer de bala, en la base del esternón. Este testimonio cobra insuitado valor, porque el doctor Cuñado no intervino en las guerra civiles, y por eso, no revistaba ni como unitario ni como federal. Además era médico, y tampoco pudo participar en el supuesto juramento formulado por los amigos de Lavalle, ya que ni conocía a éste ni a sus compañeros. Por esa causa, su referencia -localizando el orificio de entrada del proyectil- posee singular valía, puesto que de ella una inferencia capital puede ser extraída...Procurando suministrar sustento científico a cuanto antecede requerimos la opinión del profesor titular a cargo de la cátedra de Medicina Legal de la Universidad de Buenos Aires médico forense de la Justicia Nacional doctor Víctor Luis Poggi, quien, accediendo con gentileza a nuestro requerimiento, nos informó que nunca hasta hoy en su ya dilatada experiencia, le ha tocado ver un suicida con orificio de entrada del proyectil adosado a la horquilla esternal. En resolución, la situación del orificio de entrada del proyectil que dio muerte a Lavalle se revela incompatible con la presunción del suicidio. Adiciónese a esto otro detalle, igualmente señalado por el profesor Poggi: la particularidad de que todo disparo perpetrado a muy corta distancia -como lo habría sido en este caso, si hubiera ocurrido, efectivamente, suicidio- y aún más con las pólvoras negras, ricas en carbón, azufre y salitre que en esa época se usaban, habría originado, indefectiblemente, un extenso chamuscamiento y tatuaje de la piel circunvecina, contingencia que si hubiera existido, el doctor Cuñado, por ser médico, y por lo llamativo, no hubiera omitido seguramente señalar...Tercera contradicción de El cóndor ciego".
          El acta médica de los restos de Lavalle firmada por Juan José Montes de Oca, Francisco Javier Muñiz y Alejandro Araujo en Buenos Aires el 25 de enero de 1861, -cuando retornaron de Potosí- certificó que “el esqueleto contenido era de adulto, y los huesos, deficientes en número, por su longitud, solidez y buena proporción, así como por las asperezas que dieron implantación a los músculos y tendones de ciertas regiones, denotan haber pertenecido a un hombre de alta talla y de fuerte constitución. El cráneo elevado y el ángulo facial de 80 grados; traducen la majestad y la belleza antigua, que tuvo en su cabeza y cara el general Lavalle”.
       Según el historiador Julio A. Benencia, el general Lavalle en plena retirada, el 8 de octubre de 1841, acampaba sobre la ciudad de Jujuy llevando unos escasos doscientos hombres, último resto de la Legión Libertadora con la cual había iniciado la campaña de 1840. Enfermo, acompañado de su secretario Félix Frías, el teniente Celedonio Álvarez y ocho hombres de su escolta, se aposentó en una casa de la ciudad que antes había ocupado Elías Bedoya. Poco después se le unía el comandante Lacasa, descansando allí todos hasta las primeras horas de la madrugada del día 9 de octubre. La voz del centinela hizo salir al comandante quien al observar una partida detenida frente al alojamiento, a unas veinte varas, dio orden para el apresto de los suyos. “Lavalle se asomó en ese instante y al entrever el peligro apresuró el de las cabalgaduras, dispuesto a abrirse paso a viva fuerza. Varios tiros partieron del grupo enemigo y el guerrero, respetado por la muerte en cien combates, cayó atravesada la garganta de un balazo”.
       El ayudante Pedro Lacasa, dijo que una bala atravesó la garganta de Lavalle poco después que éste ordenara ensillar para abrirse paso frente a las partidas federales: “el tiro de un cobarde al través de una puerta vino a robar a la patria una de sus más bellas esperanzas; no podía ser de otro modo”. Este relato coincide con lo afirmado por el historiador Benencia. La versión oficial de la muerte de Lavalle menciona que fue ultimado después de haber sido intimado a rendirse por las tropas federales: “Corrió este salvaje unitario para adentro de la casa, y en el acto salió el traidor salvaje unitario Lavalle, abrochándose la cartera de la camiseta, y habiéndole gritado el señor comandante Blanco“Date a preso salvaje unitario y ríndete” cerró dicho salvaje unitario de golpe la puerta, y en el acto mandó el enunciado señor comandante que echasen la puerta, lo que efectuaron los cuatro tiradores a balazos, errando fuego una tercerola de uno de ellos, pero que él tuvo la sin igual gloria de haber dirigido su tiro por la cerradura de la puerta con cuya bala hirió mortalmente al salvaje pegándole por debajo de la barba en el pescuezo” (Clasificación del soldado José Bracho, Santos Lugares de Rosas, 14/XI/1842).




José María Rosa.




Bibliografía:


Academia Nacional de la Historia, Partes de batalla de las guerras civiles 1840-1852, Buenos Aires, 1977, t. III.
BENENCIA, Julio A., “Los restos del general D. Juan Galo de Lavalle”, en Historia n° 39, Buenos Aires, 1965.
QUIRNO LAVALLE, Ricardo, “La muerte del general Lavalle”, en Publicaciones del Instituto de Estudios Iberoamericanos, Buenos Aires, 1981, vol. II.
QUIRNO LAVALLE, Ricardo, “La muerte del general Lavalle”, en Investigaciones y Ensayos n° 31, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Julio-Diciembre 1981.

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