domingo, 29 de noviembre de 2009

LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Y EL SANGRIENTO EPISODIO DEL AÑO 1833 EN MALVINAS

Gaucho.


Ernesto Fitte, Raúl A. Molina, Félix Luna y Vicente D. Sierra.




Por Sandro Olaza Pallero






Antonio Rivero.




En una comunicación histórica leída en sesión privada en el recinto histórico de la Academia Nacional de la Historia, el 8 de agosto de 1972, por el Académico de Número Ernesto Fitte titulada “La Academia Nacional de la Historia y el sangriento episodio del año 1833 en Malvinas”, este historiador basándose en fuentes documentales y bibliográficas llegó a la conclusión de que los hechos del 26 de agosto de 1833 fueron sucesos policiales y no con un sentido político. “En la mañana del 26 de agosto de 1833, el establecimiento de Puerto Luis, emplazado en la isla Soledad de Malvinas, fue escenario de un episodio que revistió contornos trágicos; ocho peones de a caballo, atacan a mansalva y le quitaban la vida a cinco pobladores. Ahora bien; ¿tuvo el desborde apuntado sentido político, o bien se redujo a un sangriento hecho policial?”.
Fitte dijo que tiempo antes una prédica sistemática orientada a exaltar el suceso, apoyada en una campaña periodística, “todo ello a cargo de un entusiasta núcleo de personas ajenas a las disciplinas históricas”, derivó en una presentación ante el Ministerio de Relaciones Exteriores para asignar al acto un contendido de reivindicación histórica. La Academia Nacional de la Historia emitió un dictamen solicitado por la Cancillería, “oponiéndose a lo solicitado por los recurrentes, en razón de no haberse hallado ningún móvil patriótico en las actuaciones que originaban el pedido”.
El historiador menciona la contribución testimonial para demostrar la verdad histórica, constituida por documentos conservados en los repositorios británicos, sumadas a un acopio de notas y originales provenientes del Archivo General de la Nación y de la Biblioteca Nacional, recopilación editada por la Academia Nacional de la Historia bajo el nombre de El episodio ocurrido en Puerto de La Soledad de Malvinas el 26 de agosto de 1833. Testimonios Documentales (Buenos Aires, 1967), obra acogida favorablemente por la crítica. “Es obvio decir que ha configurado un aporte serio, además de imparcial y objetivo, como no podía menos de serlo. No es tampoco una antología de antecedentes reunidos para sostener una posición preconcebida; en ese volumen se encuentran virtualmente incluidas las referencias de mayor relieve que tratan, aluden, mencionan, señalan o ponen en evidencia algunas de las tantas facetas que estructuran el complejo drama ocurrido en Puerto Luis. Nada quedó fuera que por su contenido valiese la pena de ser traído a colación, o bien fuese capaz de influir en la evaluación del panorama general, ya sea en un sentido u otro; la autoridad moral de la Academia afianza la honradez de esta afirmación, la cual no tiene nada de jactanciosa”.
Fitte critica a los reivindicadores de Antonio Rivero y afirma que ninguno de sus miembros tuvo la precaución de incurrir previamente en el terreno de la investigación “mucho se habló del asunto, abundando las disertaciones pomposas y los discursos grandilocuentes, pero no se apreció ni un solo trabajo escrito, ni siquiera medianamente fundado, en abono de la tesis revisionista que se intentaba propalar a los cuatro vientos”. Califica a esto como la creación de un mito sin consistencia y que el esquema ideológico de una acontecimiento apodado no debe fabricarse con conjeturas manejadas discrecionalmente, “a fin de acomodarlas a una postura elegida de antemano, por grata que aparezca en el espíritu nacional. Frente a una de esas desviaciones, originadas en un exceso de pasión argentinista, es que se vio precisada a alzar su voz la Academia Nacional de la Historia, velando por la rigurosa veracidad de los acontecimientos expuestos públicamente, en una tarea que a todos nos resulta ingrata, como lo son siempre aquellas en que se echan por tierra ilusiones y esperanzas; el pronunciamiento de la Academia emitido a su hora a instancia gubernamental y no de oficio, dejó sin embargo entreabierta la puerta a una eventual rectificación del concepto emitido, en caso de surgir posteriormente novedosos aportes que contradijesen la verdad tenida por válida hasta ese momento”.
Tras el atropello extranjero no había ningún civil que defendiera la ley o resistiera a los invasores -afirma Fitte-. “Los hombres al servicio de Vernet –criollos de a caballo en su gran mayoría- prefieren no entrometerse en las violentas conmociones. En ocasión de las tropelías que comete en tierra la tripulación de la Lexington, muchos de aquellos pobladores confiesan que de miedo…dispararon todos al campo (Archivo General de la Nación, S. VII 2-3-6, doc. 242/244); más tarde, cuando Mestivier cae mortalmente herido, no figuran al parecer implicados en la revuelta, que se circunscribió a los soldados de la guarnición, pero tampoco colaboran para restablecer el orden, y por último, en las circunstancias apremiantes en que Pinedo cuenta y recuenta a las fuerzas que tiene disponibles para repeler el ataque de la Clío, ni uno de esos gauchos se ofrece para formar una partida de milicias montadas. Se manifiestan insensibles a la soberanía en peligro; indiferentes, miran de lejos toda otra cosa que no sea la paga. Pero de golpe aprenden que las vacas y los caballos salvajes que amansan para Vernet, ya no son como antes, de propiedad indiscutida de ese patrón distante, que no viene a cuidar lo suyo”.
Los complotados eran ocho y su director era Antonio Rivero, alias Antuco “no sabe leer ni escribir, es oriundo de Buenos Aires, tiene 26 años, hace 6 que está radicado en Puerto Luis, le adeuda 214 pesos metálicos con 4 reales a Vernet por adelantos de salarios, y es un gaucho que se ocupa en faenas de campo”. Junto a este actuarán José María Luna y Juan Brasido –alias Rubio-, gauchos también. El primero puntano que combatió en la guerra contra el Brasil, conchabado por el hermano de Vernet y cinco indios –Manuel González, Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salazar y M. Latorre-, “criminales convictos condenados a la deportación, completan la nómina de los responsables del acto del 26 de agosto”.
Temprano en la mañana del 26 de agosto, el capitán Low partía en una ballenera acompañado de cuatro individuos de su equipaje con el objetivo de cazar focas. “En cuanto los loberos se hubieran perdido de vista, siendo alrededor de las diez horas, surgieron de improviso los ochos individuos de que hemos hablado, corriendo armados hacia la casa de Mateo Brisbane, a quien le dispararon por la espalda mientras procuraba tomar sus pistolas; de ahí pasaron al alojamiento del poblador alemán Antonio Wagner, que a su vez sucumbió a tiros de fusil”.Este autor señala una serie de considerandos para desvirtuar la tesis revisionista, siendo los principales: 1) Que no existiendo autoridades inglesas en las islas, mal pueden catalogarse de revolucionarios los actos del 26 de agosto, pues no había mandatario a quien deponer; 2) Que los amotinados ni siquiera produjeron una declaración verbal de propósitos, anunciando que reasumían la soberanía sojuzgada; 3) Que no intentaron formar gobierno propio; 4) Que si solo hubieron querido retomar el perdido dominio de las Malvinas, no necesitaban emplear tanta violencia; les bastaba con proclamar dicho objetivo, intimar acatamiento al resto de los pobladores, y quitarles las armas a aquellos que se negaban a acompañarlos en la empresa. 5) Que el capataz Simón, una de las víctimas, tenía nombramiento de gobernador argentino, otorgado por el comandante Pinedo, aunque no actuase como tal. 6) Que Mateo Brisbane había dado antes pruebas de lealtad a las Provincias Unidas, en ocasión de su encarcelamiento a bordo de la Lexington, y al ofrecerse luego a Pinedo como piloto para maniobrar la Sarandí en el caso de un ataque por parte de la Clío. 7) Que no se apoderaron de la bandera inglesa para quemarla o destruirla, la cual fue llevada consigo por los que escaparon a la pequeña isla Hog. 8) Que una vez encarcelados por el teniente Smith, los implicados no alegaron su condición de presos políticos ante los sumariantes.
Otro miembro de la Academia Nacional de la Historia, Laurio H. Destéfani coincide con Fitte y dice que fue un crimen: “Dos gauchos y cinco indios charrúas mandados por Antonio Rivero, que trabajaban el ganado en el campo, llegaron a Puerto Soledad y porque Juan Simón, les había negado el cambio de dinero metálico, en lugar de los vales que cobraban, realizaron un asesinato a mansalva de los hombres de Vernet a saber: el capataz Juan Simón, encargado permanente del gobierno argentino, Brisbane, hombre de confianza de Vernet, un alemán, un español y un escocés Dickson”.




Bibliografía:


DESTÉFANI, Laurio H., Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, ante el conflicto con Gran Bretaña, Edipress S.A., Buenos Aires, 1982.
FITTE, Ernesto, “La Academia Nacional de la Historia y el sangriento episodio del año 1833 en Malvinas”, en Boletín de la Academia Nacional de la Historia nº XLV, Buenos Aires, 1972.

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