jueves, 13 de enero de 2011

EL VIEJO VÉLEZ

Dalmacio Vélez Sásrfield.

Dalmacio Vélez Sársfield (daguerrotipo, 1860).


A mi hijo Raúl “Coco” Lima, estudiante de Abogacía.*




Por Raúl Jorge Lima


El 29 de septiembre de 1869 -hace hoy 135 años-, el Congreso sancionó la ley nacional nº 340, que aprobó el Código Civil argentino, para que entrara a regir el primero de enero de 1871. Lo aprobó “a libro cerrado”, tal era la confianza que le merecía su redactor, Dalmacio Vélez Sársfield.
El Paraguay lo aprobó para sí, en el año 1889.
Alberdi fue el “alma máter” de nuestra organización constitucional. Vélez Sársfield lo fue de nuestra organización legislativa.
Cuando, en 1864, el presidente Mitre le encargó la ciclópea tarea de redactar el anteproyecto de Código Civil (que le llevaría cuatro años), Vélez -nacido en 1801-, ya era “el viejo Vélez”, trozo de historia viviente, respetado como el más grande jurista del país. Su voz cavernosa había adquirido los ecos del bronce a que lo hizo acreedor su obra.
De grave estampa, alto, tosco, narigón, de frente amplia y cejas tupidas, melena rizada y boca burlona, dice Amadeo que “su fealdad era consular como la de Sarmiento; fealdad olímpica que impone a los hombres y a veces seduce a las mujeres”.
Gran orador y hábil polemista, gustaba de la frase mordaz. Cuando se mostraba socarrón e irónico, exageraba su tonada cordobesa, que jamás perdió durante el más de medio siglo que vivió en Buenos Aires.
Gran conocedor del latín, en su estancia de Arrecifes (que heredó de su primera mujer) leía a Virgilio; llegó a traducir y comentar “La Eneida”. Siendo Sarmiento Presidente, en una de sus casi diarias visitas (destinadas más a su hija Aurelia que al gran jurista), le ofrece el Ministerio del Interior, Vélez, de 68 años, acepta, no sin antes hacerlo víctima de una de sus ironías: “¿Viene en busca del latín?”.
Una de estas visitas casi le cuesta la vida a Sarmiento, ya que sufrió un atentado (disparo con proyectiles envenenados con bicloruro de mercurio). Los proyectiles se incrustaron en una pared de la calle Maipú; el trabuco, sobrecargado de pólvora, explotó en la mano del frustrado magnicida y éste perdió el dedo pulgar. Sarmiento, sordo, se enteró del atentado recién al llegar a la casa de Vélez.
En esa gestión ministerial, Vélez decide dar impulso al Telégrafo. Para ello utiliza dinero de la partida presupuestaria destinada a Caminos. La oposición reclama por la malversación y Vélez, leguleyo al fin, responde: “Los telégrafos también son caminos; son los caminos de la palabra”.
Para redactar el anteproyecto del Código Civil, Vélez renunció a su banca de Senador y se recluyó en su quinta de la calle Rivadavia. Su amanuense fue Victorino de la Plaza, futuro presidente. También colaboró su hija Aurelia, el último y gran amor de Sarmiento, a quien acompañó en el momento de su muerte, en Paraguay. Y esa fue toda la ayuda con la que contó.
Tenía experiencia en la materia, ya que había sido coautor -con un emigrado uruguayo, Eduardo Acevedo-, del Código de Comercio, que rigió primero para la entonces segregada provincia de Buenos Aires, y en 1862 fue adoptado para todo el país.
Al pie de muchos artículos del Código Civil, Vélez agrega sus célebres “notas”, en las que hace referencia al contenido o comenta su sentido. En ellas cita autores célebres, de preferencia franceses. Y lo mismo hacía en sus discursos, sin demasiados escrúpulos en la veracidad de la fuente en que se apoyaba. Cuenta Avellaneda (otro Presidente que también se formó en el Estudio Jurídico de Vélez), que una vez un contradictor lo puso a prueba. En un discurso parlamentario, Vélez cita al jurisconsulto Toullier, y se oye una voz áspera que exclama: “Es inexacto, no lo dice Toullier”. Vélez contesta: “Pues si éste no lo dice, lo dice su continuador, Troplong”. La áspera voz vuelve a oírse: “Es inexacto”. Impertérrito, exagerando su tonada cordobesa, Vélez contesta: “Pues si no lo dice Troplong, lo digo yo…”.
Alberdi critica varias disposiciones del Código, sobre todo la exigencia de la tradición para la transmisión del dominio, en lo que Vélez se aparta del derecho francés. Quizá se vengaba de la burla de que lo había hecho objeto Vélez, ya reputado jurista, cuando aquél, diez años menor, publicó en 1837 -siendo aún estudiante-, su “Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho”, mamotreto en el que citaba, sin demasiado conocimiento, a Cujaccio. Le envió a Vélez un ejemplar. Como pasaban los días sin acuse de recibo, resolvió visitarlo en su Estudio Jurídico. Vélez no decía nada y el novel autor no se animaba a preguntar. Concluida la visita sin tocarse el tema, Vélez lo acompaña hasta la puerta. Antes de despedirse, toma Vélez un enorme infolio encuadernado en pergamino y le dice: “Alberdi, éste es el Cujaccio, y se lo muestro para que no se sepa que usted lo cita sin conocerlo siquiera por su tamaño…”. (Y pronunciaba “Cuyacio”, alargando mucho la “u”, por su tonada cordobesa). Se ve que la anécdota quedó en el subconsciente de Alberdi, ya que cuando visitó en 1843 la Corte de Casación en París, al observar los retratos de los más grandes jurisconsultos franceses, anota: “El más bello de todos es el Cujaccio, cuyos grandes ojos, nariz pronunciada, color oscuro, expresión de toda la fisonomía, tiene no sé qué cosa que recuerda a nuestro Dr. Vélez Sársfield”.
A Mitre, de quien fue Ministro de Hacienda, lo tenía en menos. Decía que era “el mejor poeta entre los militares y el mejor militar entre los poetas”. Se quejaba de la “absoluta nulidad de don Bartolo” y cuando Pavón dijo: “Batalla ganada, General perdido”.
Habiendo defendido muchos años antes la enfiteusis rivadaviana, aboga por su abolición. Cuando se le echa en cara la contradicción, contesta: “Dichosos los hombres como el señor Senador, que opinan hoy como cuando tenía 15 años. Yo tengo 70 y todavía estoy aprendiendo”.
Quiso entrañablemente a su antigua Universidad de Córdoba. A ella le obsequió el tintero de plata con el que redactó el Código Civil. Sabedora de ese enorme cariño, a esa Universidad donó su hija Aurelia los manuscritos del Código, pese a que su autor había dispuesto que los quemaran, para evitar discusiones por alguna diferencia con la edición oficial.
Su Código Civil es de filiación liberal, con un irrestricto respeto por la autonomía de la voluntad. Las reformas introducidas por la ley 17.711 han cambiado algo esa filosofía, propia de la época en que fue redactado.
Sus principales fuentes fueron el derecho romano-germánico, el castellano modificado por el indiano, el patrio, el “Código Napoleón” de 1804, el “Esboço” de Freitas (en unos mil artículos), el Código chileno redactado por Andrés Bello y el Proyecto de García Goyena para España.
Murió el 30 de marzo de 1875; el presidente Avellaneda despidió sus restos.
¡Viejo Vélez, cordobés ilustre! En tu larga vida, en la que hiciste fructificar tus talentos, sumaste, a la sapiencia de un jurisconsulto romano, la picardía del “Viejo Vizcacha”…


Juan Bautista Alberdi.




* El Liberal, Santiago del Estero, 26 de septiembre de 2004.

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