sábado, 22 de marzo de 2014

NARRATIVAS DE VIAJES, NACIÓN Y ALTERIDAD. EL OTRO-lNDÍGENA EN LOS RELATOS DE VIAJE DE FRANCISCO P. MORENO (1872-1879)



                                                                                                Por Julio Leandro Risso

INTRODUCCIÓN

La Nación, en tanto comunidad imaginada (Anderson 1993), proyecta una identidad, un nosotros comunitario que se construye a partir de la lucha política, sobre la base de disputas por el sentido de la realidad, de experiencias encontradas, invenciones de memoria y tradición, de prácticas y expresiones culturales, políticas y sociales (Said 2005: 39) que van configurando una imago mundi, modos de percibir el mundo, el tiempo y el espacio. Los sujetos son adjetivados a partir de la idea de Nación, y van configurándose y definiéndose mediante la ficción de una comunidad unificada que cobra vida y se reproduce en los relatos. Desde esta perspectiva, puede decirse que la Nación y el sentimiento de identidad nacional constituyen realidades que se dicen y se leen. La Nación deviene entonces narración.
En el caso argentino, hacia la segunda mitad del siglo XIX y a partir del accionar político e ideológico llevado a cabo por la Generación del '37 -primer movimiento cultural con un propósito de transformación cultural total en el Río de la Plata (Mayers 1999)-, el poder de narrar, o de impedir que otros relatos emerjan o se formen en su lugar (Said 1996: 13), parece haber sido determinante e instituyente en la configuración de la Nación. Inscriptas en el complejo proceso de conformación del Estado Nación argentino, diversas narraciones-de-la-Nación comenzaron entonces a entramarse configurando una visión-de-mundo dominante cuya voz, abrogándose legítima, definirían lo mismo y lo otro, lo nacional y lo extranjero, contribuyendo así con el efectivo y hegemónico despliegue del proceso de territorialización inherente a los Estados Nación modernos, el cual afectaría no sólo al espacio sino también a los hombres1.
Muchos serían los letrados que se propondrían a partir de entonces cubrir con palabras el espacio nacional (Fernández Bravo 1999: 12), asignándole un pasado, un presente y un futuro, clasificando sus tipos sociales y costumbres y delineando sus límites. De este modo, las batallas por la tierra, definitorias del imperialismo moderno, tendrían su legitimación en producciones literarias que siendo victoriosas en las disputas por el sentido de la realidad pretenderían saldar la cuestión de la identidad nacional -sello de la cultura imperialista decimonónica (Said 1996: 30)- e irían configurando las fronteras culturales y geográficas de la naciente-Nación argentina. Se iría realizando entonces una colonización literaria (Fernández Bravo 1999: 12) de los espacios poco conocidos por el hombre blanco y aún dominados y habitados por los indios, que justificaría poco a poco la efectivización de la ocupación y colonización territorial de aquellos, a los cuales una vasta tradición discursiva venía definiendo como un desierto.
Entre tales espacios se encontraba la actual región pampeano-patagónica, la cual fue trasformándose progresivamente en el espacio-otro de la naciente-Nación y por lo tanto también, en la condición de posibilidad para su ser. Ese espacio, sus elementos y el indio que lo habitaba, aparecería entonces conjuntamente negado y anhelado a partir de diversas vertientes discursivas hegemónicas de la época: negado, en tanto un "no man's land" donde se presentaba imposible la vida política civilizada; anhelado, no sólo por su exotismo sino sobre todo porque la posibilidad de explorarlo, ocuparlo y explotarlo económicamente comenzaba a proyectarlo como la 'gran reserva económica' y simbólica que aseguraría el progreso del país en gestación.
En este contexto, muchos viajeros nacionales -continuadores de la tradición de insignes expedicionarios europeos productores de una vasta literatura de viajes- realizarían sus excursiones (físicas y textuales) más allá de la frontera que los separaban cultural y espacialmente del indio. Tales viajes se emprenderían como una peregrinación capaz de proveer un conocimiento único y valioso del Desierto. Así pues, la colonización textual (Fernández Bravo 1999: 14) que de ese espacio venían haciendo los viajeros europeos, sería percibida por las elites nacionales como una empresa inconclusa que debía retomarse: maniobra política que legitimaría la idea de asumir esos territorios misteriosos y/o desconocidos como propios, encausándose en la narrativa de viaje las reflexiones sobre la Nación y sus fronteras (materiales y simbólicas). En este sentido considero que, a partir de tales viajes, narrar el Desierto fue entonces un singular modo de narrar la Nación.
La construcción simbólica de ese espacio-otro supuso también la tensión política con un otro-del-nosotros. Ese otro era el indígena, sujeto que en los albores de la consolidación del Estado Nación fue expulsado de la imagen del nosotros argentinos, la cual se fundaría en el blanqueamiento identitario y la aún vigente ficción de que sólo somos "hijos de las naves". No obstante, ¿cuáles fueron los rasgos con que se construyó la alteridad indígena en los relatos de viaje de la Argentina decimonónica? ¿Qué implicancias políticas pudo haber tenido ese modo de representar e interpelar al otro-indígena? En función de tales interrogantes, y partiendo de una breve reflexión acerca de la experiencia del viaje y de las potencialidades políticas que a mi modo de ver presentó la narrativa de viajes moderna en occidente2, propongo re-pensar en las páginas siguientes los modos en que Francisco P. Moreno narró la Nación y presentó a la alteridad indígena en sus relatos de viaje a la Patagonia3.

DEL VIAJE Y SU RELATO: ITINERARIOS DE REALIDAD

El viaje, experiencias de intersticios fundadas en el movimiento entre lugares (locus-motio), se funda en la prolongación de un sujeto móvil a través del tiempo y del espacio (Cicerchia; 2005:13) Viajando el hombre, cuerpo y palabra, praxis y lexis (Arendt 2005), su identidad y (auto)percepciones, se extienden más allá:passage y locomoción signan su destino. El viajero no sólo proyecta un itinerario en medio de las discontinuidades de la realidad sino que al hacerlo también se proyecta a sí-mismo, a su propia percepción del mundo, a sus creaciones materiales y simbólicas. Pero esa extensión de la propia identidad hacia lugares-otros se despliega sobre un espacio de tensión, "zonas de contacto" (Pratt 1997: 22) y contagio que hacen del viaje una experiencia política a partir de la cual se definen y re-semantizan sujetos, objetos, fronteras materiales y simbólicas.
Extensión y expansión, creación e imposición parecen haber transformado al viaje en uno de los dispositivos privilegiados y consolidantes de la modernidad, entendida ésta como la dirección de la historia cuyo objetivo y modelo fue la Europa triunfalista y victoriosa (Mignolo 2007: 30) Desde el siglo XVI y hasta nuestros días, las representaciones y fundamentos del viaje fueron mutando en occidente. En tal trayecto, el viaje se iría transformando en una empresa con connotaciones cada vez más productivas, aunque también invasivas, que proyectaría la posibilidad de acumular información y de conocer el espacio para poder controlarlo (Dávilo y Gotta 2000), fundamentos caros al desenvolvimiento de la ciencia inductiva y observacional, al modo de producción capitalista y a uno de los binomios definitorios de la modernidad: el par "imperialismo/colonialismo" (Mignolo 2007: 192)
Ya desde principios del siglo XVII el mundo se había transformado en un objeto escindido del sujeto: hombre y naturaleza surcaban desde entonces caminos diferentes aunque encontrados en las certezas y corroboraciones exigidas por la expansión imperialista y la nueva realidad social definida desde Europa. En este contexto el pluriverso abierto por los encuentros del viajero con otros-lugares se ceñiría en la idea de un Universo observable, medible y cotejable, signado por el "dispositivo de la mirada" europeo (Dávilo y Gotta 2000): ojo en movimiento, acto de re-conocimiento destinado a reducir las incertezas de la realidad y a extender los límites del conocimiento.
Ahora bien, referir la experiencia del viaje como un dispositivo de expansión supone (implícita o explícitamente) discurrir sobre la narrativa de viaje. Viajar es también narrar. El viaje incita la narración, ya que "cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo" (Benjamin 1991) Narrar es un modo efectivo de renovar (discursivamente) la experiencia del viaje. El relato de viaje (oral o escrito) otorga realidad social al viaje, lo define y propaga entre-nos y así se hace constitutivo de esa experiencia, ya que sin él sería imposible que, exceptuando a su protagonista, alguien pudiese conocerla. Ausente el relato de viaje no hay trascendencia social posible de esa experiencia ni enunciación del espacio conocido: no hay confirmaciones, no hay contrastes ni novedad. En este sentido, los relatos de viaje modernos, desde Marco Polo en adelante, no sólo deben ser vistos como los 'difusores sociales' de experiencias singulares sino además como representaciones de una específica visión-del-mundo que, en la voz o la letra del viajero, impusieron y difundieron un sentido a la realidad, codificando un modo de representar(se) al mundo, y en él, a los sujetos y las relaciones sociales. De este modo, la narrativa de viajes fue transformándose en un género literario4 que pudo establecerse como "un arte propio, capaz de dar cuenta del mundo y, a la vez, de descifrar un mundo capaz de dar cuenta del arte." (Cicerchia; 2005: 11)
La literatura de viaje europea producida desde el siglo XVI al XIX fue tan extensa como los territorios de los que se ocupó. A partir del siglo XIX, el éxito de los relatos de viaje se fundó no sólo en la transmisión de la información que portaban sobre tierras y pueblos extraños (Trifilo 1959:9) sino también en los potenciales heurísticos que alimentaban la imaginación del lector decimonónico. El continente americano comenzó a ser entonces uno los territorios protagónicos de esa exitosa y vasta literatura: América fue así reinventada como objeto de conocimiento (Cfr. Pratt 1997; Prieto 2003)
En torno a tal reinvención, la actual región pampeano-patagónica se transformó en uno de los destinos más visitados (Livon-Grossman; 2001) que despertó en los viajeros europeos primero, pero luego también en los argentinos, un gran interés fundado en especulaciones principalmente de índole económico y científico. Los viajes a esas tierras provocaron una gran producción literaria y novedosa narrativa que postuló un singular modo de percepción de ese espacio y también del indígena que lo habitaba, generalmente concebido como un otro-salvaje distanciado cultural, espacial y temporalmente de la "sociedad civilizada".
En ese contexto, la narrativa de viajeros europeos -y principalmente de los ingleses- nutriría e inspiraría las primeras producciones literarias argentinas, e impulsaría a los narradores-viajeros nacionales a conocer y re-tratar otros espacios, y otros sujetos, contribuyendo así, directa o indirectamente, con los diversos intentos por postular una idea de Nación (Livon-Grossman; 2001) Transmitiendo su experiencia, el viajero-narrador in-formaría al espacio conocido en sus excursiones y según sus pautas lo nombraría y delimitaría, seccionando y jerarquizando específicamente su contenido (Prieto 2003: 11) y así predispondría el control de sus propiedades, esbozando una imagen singular y distanciada de ese lugar-otro. Pero además de esa imagen espacial, el relato del viajero también iría configurando textualmente la idea de un nosotros que plantearía (implícita o explícitamente) el encuentro con un otro-diferente. En este sentido, la descripción del espacio conocido supondría la re-presentación y afirmación del lugar propio (locus de enunciación) y la antedicha prolongación de la propia identidad sobre el nuevo espacio y sus sujetos (Dávilo y Gotta 2000: 13)
Frente a las discontinuidades (muchas veces desquiciantes) que suscita el conocimiento de lugares y sujetos extraños al nosotros, el relato (de viaje) se transformó así en un dispositivo que al prolongar la propia identidad familiariza al relator con lo relatado y al observador con lo observado, construyendo una continuidad sobre dichas discontinuidades que permiten dar coherencia a la realidad, estabilizando lo que aparece, en primera instancia, inestable. De ese modo, la "nueva realidad" se re-construye a partir de las "categorías de percepción" del viajero, quien la torna cognoscible, disponible y apropiable. Relato y política se hallan entonces consustanciados, ya que al decir de Norbert Lechner (1982: 35) "construir esa continuidad en la discontinuidad es la política. Es lo que se opone a lo fugaz y fútil, ordenando la discontinuidad. Lo que crea lo común, lo contiguo, lo contrario."
Considerando lo antedicho, podremos ver que esta configuración del nos-otros producida a partir de los relatos de viaje es evidenciable en la Argentina decimonónica donde, desde de la segunda mitad del siglo XIX, el entramado literario impulsado por las experiencias de viaje fue consignando, como lo insinué más arriba, la idea de un nosotros argentinos y de un territorio nacional. Al tiempo que durante el proceso de formación del Estado Nación se iban perfilando sus fronteras territoriales, la narrativa de viajes impulsaría la expansión de esas fronteras re-tratando las fronteras culturales de la Nación. En este sentido, los relatos de viaje no sólo pueden verse como "fábricas de realidades" (Cicerchia; 2005: 11) de la naciente-Nación argentina, sino que considero acertado también percibirlos como verdaderos dispositivos de poder (y colonizadores textuales) activamente participantes del proceso de territorialización inherente al proceso de formación de la matriz Estado-Nación-Territorio.

FRANCISCO P. MORENO Y LA EXPERIENCIA DEL VIAJE

Hacia finales de la década de 1860, la 'agenda política' de la clase dirigente argentina contemplaba progresivamente un problema inquietante que hasta el momento se presentaba irresoluto: la cuestión de la frontera interna con los indios. La presencia indígena y su control sobre regiones poco conocidas por el blanco, comenzaría a aparecer como un obstáculo para el avance territorial argentino. La actual región pampeano-patagónica, el Desierto, se presentaría entonces como el espacio por-conocer, resguardo económico del por-venir nacional que, dominado por la barbarie, debería ser explorado, ocupado y transformado por la civilización. El desarrollo de un saber territorial fue entonces la precondición para el efectivo control de esos territorios. El Estado, a través de sus agencias y aparatos, explotaría tal alternativa, y los narradores-viajeros devendrían viajeros-científicos que irían cobrando un protagonismo político inusitado. La lógica experimental, cuantificadora y homogeneizante del paradigma científico positivista fue matriz imprescindible para elaborar los planes de territorialización inherentes al Estado Nación en formación, la cual supondría delimitar los espacios explorados, nombrarlos y marcarlos generando a partir de ellos conciencia territorio-nacional.
A finales de la década de 1870 un número creciente de instituciones especializadas serían el receptáculo de los informes y diarios de viajes de científicos y exploradores nacionales cuyas publicaciones -en tanto continuadoras de las experiencias de viajes europeas sobre el Desierto- irían inventando territorios e iconografías nacionales que contribuirían con la fundamentación de la definitiva ocupación del Desierto y el posterior exterminio indígena iniciado con la ofensiva roquista de 1879.
En este proceso de re-semantización y codificación del espacio nacional, uno de los viajeros-científicos más destacados fue Francisco P. Moreno. Él era lo que podríamos llamar un hombre de Estado y de ciencia, cuya carrera -de viajero naturalista a director del Museo de La Plata, y de perito en las cuestiones limítrofes con Chile a diputado nacional- puede leerse como ejemplo emblemático del "Bildungsroman" nacional (Andermann 2000: 120) que supo narrar la Nación y forjar una idea de soberanía cernida en los intereses económicos y proyecciones políticas de la elite conservadora argentina de finales de siglo.
Nacido en 1852, hijo de una acomodada familia porteña, desde muy joven Moreno probó "el vértigo de lo desconocido" (Moreno; 2007a: 189) que sumado a su pasión naturalista lo impulsarían tempranamente a viajar a uno de los sitios más codiciados por los científicos decimonónicos: la Patagonia. Entre 1873 y 1880 Moreno realizó cinco viajes a dicha región5, los cuales describió en sus diarios de viaje a partir de una narración que imbrica al estilo autobiográfico con el científico (Blengino 2005: 99), donde pasión y razón se mezclan dando por resultado una narrativa que articula complementariamente al informe científico con el relato sentimental (Andermann 2000:107)
El viaje representaba para Moreno una experiencia que superaba al sólo hecho de recorrer leguas (Moreno; 2007a: 83), pues, según él lo afirmara, un verdadero viajero era aquel que sentía el impulso de conocer e impregnar a la razón con el impacto estético que provocan los paisajes, pretendiendo develar y comunicar lo desconocido para contribuir así con la apropiación y el imperio del hombre sobre la naturaleza (Moreno; 2007a:180). De allí su singular forma de narrar viajes y su particular modo de concebir a la labor del científico estrechamente vinculada con la experiencia del viajero, puesto que consideraba que la primera sólo podía seriamente definirse y desarrollarse mediante la segunda. De este modo, viaje y ciencia signaban su destino.
Moreno atribuía la definición de su vocación científica al contacto que desde muy pequeño había tenido con la narrativa de viajes. Con tal alusión abre el capítulo I de su libro Viajes a la Patagonia Austral (Moreno; 2007a:21), primer diario de viajes por él publicado. Allí se postula (y autodefine) como legítimo heredero -por placer y por sangre- de los grandes naturalistas viajeros a los cuales presenta como una suerte de linaje formado por mártires al servicio del conocimiento universal. No obstante, no sería sólo la curiosidad científica y la pretensión de seguir el ejemplo de los grandes viajeros precedentes lo que lanzaría a Moreno hacia la Patagonia sino, sobre todo, la posibilidad de contribuir con un imperativo mayor: explorar el Desierto, espacio sobre el cual "las cartas geográficas presentan grandes claros" (Moreno; 2007a: 25), para que fuese posible su incorporación productiva dentro de los márgenes territoriales de la Patria. Al respecto, son elocuentes las palabras que escribiera recordando su primer viaje en 1875 al Nahuel Huapi: "quería contribuir con mi esfuerzo a que aquellos desiertos dejasen de ser tales. Sí, el conocimiento de sus fuentes de riqueza nosdaría mayor fuerza para su defensa [...] contribuyendo a abrir la senda por donde la civilización llegara a los Andes y reemplazara al indio holgazán por el hombre de trabajo [...] Divulgaría, como pudiera, lo que es elsuelo de la patria..."6 (1999: 23-24)
Ese espacio que Moreno deseaba transformar, como se ve, es apropiado discursivamente por un nosotros desde el cual se enuncia. Viajar a 'esos claros' para transformar al Desierto -preconcebido como suelo patrio- suponía el encuentro con un otro: el indio. Sus viajes tendrían entonces como trasfondo una tensión nosotros-otros que configura, en sus narraciones, un relacionamiento social muy complejo. Sobre ello propongo reflexionar en el siguiente apartado. 

PRESENTACIONES DEL INDIO EN LOS RELATOS DE VIAJE DE MORENO

¿Cómo presenta Moreno al otro-indígena en sus relatos de viaje? Sostengo que la pregunta por un otro es en sí misma un cuestionamiento identitario que supone a su vez la existencia y re-presentación de un nosotros. Sugiero entonces que, antes de indagar acerca de la percepción del indígena en los relatos de Moreno, comencemos intentando reconfigurar el nosotros desde donde aquél narrara y a partir del cual ese otro es concebido.
En sus diarios de viaje Moreno encarna un nosotros que parece definirse, en términos generales y multifacéticamente, a partir de la idea de civilización. En tanto argentino patriota, cristiano, viajero y científico, Moreno se postula textualmente como hijo de la civilización, locus de enunciación desde donde concibiera y describiera la (su) realidad7. El nosotros que prefigura Moreno, el desde donde de su enunciación, se entrama a partir de diversos artilugios textuales donde el "yo" narrador -organizado a partir de los shifters de enunciación "yo he visto" o "yo he oído"- va articulando un "dispositivo de la mirada" (Davilo y Gotta 2000: 13) desde el cual proyecta sutilmente su primacía como testigo privilegiado de sucesos inéditos y paisajes desconocidos. Mostrándose entonces como la figura central de su relato Moreno configura la superioridad del observador sobre lo observado, sujeto cognoscente, exégeta de la naturaleza que interpreta lo que ha ocurrido y va haciendo ingresar en la historia, en término de corroboraciones científicas e impresiones estéticas, aquellos enigmas que hasta entonces constituían, según sus palabras, sólo un conocimiento difuso. El espacio y el tiempo del observador son entonces las matrices de medición universales a partir de las cuales se configura y representa a lo observado asignándosele valor de verdad mediante la escritura científica. El espacio explorado, la Patagonia, al considerarse desconocido se presenta como nuevo espacio, como territorio por conocer donde la civilización está por-venir. Moreno esperaba de ese Desierto hacer tierra fértil, y para ello la ciencia debía iluminar "las oscuras soledades del sur" (Moreno 2007a: 154) Mediante imágenes estéticas y corroboraciones científicas llena de sentido al espacio y lo hace cognoscible, controlable, lo domina y por ello también lo torna naturalmente apropiable. El observador se eleva sobre lo observado pretendiendo conocerlo-controlarlo y en esa praxis funda la superioridad del hombre (civilizado) sobre la naturaleza. La civilización se transforma así en la dueña legítima de la naturaleza y el científico explorador es el agente privilegiado cuyo conocimiento permitirá algún día "que el espíritu humano se entronice sobre todo lo creado o increado. El mundo será entonces digno pedestal del hombre." (Moreno; 2007a: 180)
Ese protagonismo textual que aparece en los relatos de viaje de Moreno se entrama además con la proyección de un protagonismo histórico nacional y universal. ¿Por qué? Porque él juzgaba que con sus viajes a la Patagonia no sólo se le abriría una vía libre para acceder al contacto con enigmas naturales aún no descifrados por sus predecesores, sino que tendría además la gran oportunidad de cumplir con el doble anhelo científico y patriótico de investigar y comprender cercanamente a la evolución de la naturaleza humana para así lograr reconstruir y difundir la historia del hombre primitivo y con ella la verdadera historia de los argentinos. Antes de su primer viaje a la Patagonia, y fuertemente influenciado por el evolucionismo científico y filosófico de Darwin y de Spencer, Moreno aspiraba contactarse con el "hombre primitivo", con el indio patagónico que sólo había conocido por la lectura de grandes relatos de viaje. Al igual que muchos de sus coetáneos, Moreno encontraba en el indígena del Desierto al antepasado del hombre contemporáneo, y más específicamente al del hombre argentino, ubicándolo en los estadios inferiores de la escala de la evolución humana, la cual se explicaba en orden ascendente desde las razas primitivas hasta las más evolucionadas. En relación con el hombre blanco y desde esa lógica evolucionista, los indios se mostraban inferiores al hombre blanco, quien representaba a la raza superior, la más fuerte, la sobreviviente frente a la cual perecerían las razas más primitivas y débiles8.
Viajando al Desierto Moreno pretendería re-inventar la genealogía de "nuestros antepasados congéneres" (Moreno 2007a). Por ello, según él mismo lo sostenía, quien quisiera reconstruir el pasado del hombre (desde la antigüedad hasta la modernidad) y explicar el derrotero del progreso hacia el futuro, debía necesariamente acercarse al indio patagónico y estudiarlo (Moreno 2007a: 199). Viajar a la Patagonia cobraba así el carácter de un viaje en el tiempo. Hacia 1873 el joven naturalista sentiría adentrarse en el pasado y se propondría conocer en persona el anacronismo (Blengino; 2005: 63-85) que tanto había estudiado, ese que explicaba la convivencia de dos estadios del tiempo: la prehistoria y la historia. Moreno sabía que ese anacronismo debería ser corregido. La evolución debía seguir su curso y eso significaba sincronizarlo todo. Inevitablemente la historia superaría a la prehistoria y los defasajes temporales quedarían finalmente corregidos. El pasado no podría convivir con el presente y entonces la existencia de esa prehistoria de "indios primitivos" y "desiertos" carecía de sentido en la actualidad, pues la ciencia otorgaba testimonios certeros de que ellos estaban "próximos a desaparecer".
En este contexto, Moreno parece haberse sentido el privilegiado protagonista de un momento histórico que debería documentar. Esto queda claro cuando, pensando en su primer viaje al Nahuel Huapi en 1875, escribía:
Mi objeto no era sólo estudiar las regiones que cruzaba [...] quería también, ver al indígena en su medio, lejos de la civilización, y vivir en el toldo para recoger entre aquellas tribus próximas a desaparecer, documentos que sólo conocía de oídas y que no me bastaban para mis propósitos. [...] Espero poder disponer de tiempo que dedicaré a referir mis impresiones en medio tan primitivo"9 (1999: 33)
Moreno era consciente de estar presenciando el último capítulo de la historia de seres y espacios primitivos, antes de la definitiva desaparición. En ese contexto, la imagen que transmitiera del indio sería plenamente anacrónica: "[Los indios] encarnan el nacimiento de la humanidad, en los primeros días en que ésta andaba a tientas; aquellos hombres aún envueltos en cueros, algunos; esas mujeres medio desnudas, miserables, incultas, y a cuya vista se evoca la dura época geológica pasada, son nuestros abuelos" (p. 223)
Al ver en el indio remanencias de nuestro pasado, Moreno no lo presenta como un otro real, es decir, no actualiza su alteridad sino que lo descubre como parte imperfecta del nosotros. El indio del presente10 es en realidad el reflejo anacrónico de nosotros. Mirar al indio actual es para él un modo de mirar nuestro pasado: mirarnos a nosotros a través del espejo del tiempo. El indio es de este modo asimilado a nosotros pero tal asimilación se torna plenamente anacrónica y por lo tanto incongruente con la actualidad del nosotros. En este sentido, tal como lo sugiere Vanni Blengino, en la perspectiva de Moreno si lo que nos vuelve semejantes al indio es el origen (haciéndonos humanos por igual), lo que nos diferencia es el anacronismo, es decir, el recorrido que el hombre moderno (blanco) ha cumplido desde la prehistoria.
Así pues, mediante esa asimilación anacrónica del indígena a nosotros, el indio se transforma entonces en un entre: no es completo en su pertenencia al nosotros pero tampoco lo es en su otredad. Siendo únicamente valorado en función de lo que fue, él es sólo resto, sólo cuerpo, un no-ser, un no-valor, un documento, un simulacro del pasado del cual, si bien ya se conoce su destino, se puede disponer para estudiarlo y así completar la genealogía del hombre contemporáneo. El indio actual se muestra entonces como un verdadero fósil: cuerpos anacrónicos, organismos no pertenecientes a la actualidad. Con su accionar en el Desierto, y a través de sus relatos, Moreno iría fabricando así una paleontologización del Otro (Andermann; 2000: 125) que otorgaría primacía a la imagen del indígena en tanto sólo cuerpo. El cuerpo del indio, exclusivamente, era la pieza valiosa, el dato científico exótica u original, siempre medible, trasladable, catalogable, coleccionable y pasible de ser expuesto en las vitrinas de un museo.
Moreno tenía la obsesión positivista de contar y medir permanentemente cuerpos indígenas vivos o muertos. Ritualizaba así la existencia del indio en tanto objeto arqueológico que debía ser recogido y coleccionado en favor del progreso científico. En sus relatos y cartas de viaje los cuerpos medibles, los cadáveres y huesos exhumados aparecen referidos reiteradamente con el sugerente término de una "cosecha". En este sentido son elocuentes las siguientes palabras que, durante su primer viaje hacia el Nahuel Huapi (1875), dirigiera en una carta a su padre:
Aunque creo que no podré completar el número de cráneos que yo deseaba, estoy seguro de que mañana tendré 70. [...] En otra ocasión, hubiera podido satisfacer mi deseo, pero hoy, con los barullos de los indios, es imposible. Creo que no pasará mucho tiempo sin que consiga los huesos de toda la familia de Catriel. Ya tengo el cráneo del célebre Cipriano, y el esqueleto completo de su mujer, Margarita; y ahora, parece que el hermano menor Marcelino no vivirá mucho tiempo... (p. 65)
Moreno ansiaba permanentemente la posesión de cuerpos indígenas. Como vemos en esta cita, el cuerpo (muerto) era muy valorado y toda resistencia u oposición frente a la apropiación del mismo se presentaba como un obstáculo al progreso de la civilización. Frente a la necesidad de completar la colección de cuerpos, no sólo resultaban irritantes los "barullos" de aquellos que pudiesen impedir la exhumación de cadáveres sino que también se transformaba en un estorbo la vida del indio cuyo cuerpo el antropólogo-coleccionista deseaba poseer y cuyo deceso esperaba ansioso para manipular el cadáver a su antojo. El indígena aparece entonces transformado en mero objeto. El indio es fisiologizado, deviene sólo indio-cuerpo, máquina biológica que se percibe de igual modo que a otros elementos de la naturaleza tales como plantas, animales, fósiles y rocas. Pero además, de cara al imperativo científico de conocer y revelar la secuencia evolutiva del hombre, los cuerpos-muertos parecen homologarse plenamente a los cuerpos-vivos con quienes compartía Moreno su expedición.El indígena pierde así la condición de sujeto y por lo tanto se esfuma toda consideración real de alteridad, ya que es inadmisible atribuirle a los objetos la condición de otros-como-nosotros.
Así, el indio es cosificado en tanto objeto de estudio del viajero explorador, lo cual supone, según pienso, una violencia simbólica cuyo trasfondo parece ser la subestimación del otro en tanto humano. No obstante, esa violencia con la cual se entabla en el texto la cosificación ritualizada del indígena, se desdibuja bajo el imperio del paradigma científico que Moreno re-produce en sus escritos. De hecho, tanto en Viaje a la Patagonia Austral como en Reminiscencias..., la escritura científica de Moreno, fundida con impresiones estéticas y matices románticos, produce en el texto un sujeto inocente (Andermann; 2000:122) que sólo observa, tomando distancia y naturalizando la violencia directa y el posicionamiento que su observación implica.
Por otra parte, Moreno, en tanto explorador naturalista, al ordenar y clasificar los contenidos del paisaje incorpora a su mundo al indio y al espacio recorrido, les su-pone una temporalidad existencial (un principio y un fin) y así suprime la lejanía y desdibuja todo enigma. Lo observado se familiariza con el observador, ya que sobre aquél todo es explicable, y se reconstruye como un dato objetivo de la realidad que adquiere un sentido desdiferenciado. El indio aparece como uno más de los objetos de la naturaleza y de la historia que, en tanto tal, parece reclamar la presencia del explorador naturalista como si la observación estuviese inscripta en su destino. El observador se presenta entonces como un sujeto neutral que sólo describe objetivamente sin ninguna otra intención que revelar el misterio de lo desconocido y favorecer el progreso de la ciencia y de la Patria11. En este contexto, la vinculación del observador con el indio no se presenta como una vinculación (social) entre sujetos porque, en tanto objeto de estudio, el indio (cosificado) se presenta como un no-sujeto.
Ahora bien, sería inexacto concluir que la relación de Moreno con el indígena plasmada en sus relatos de viaje se reducía sólo a la dimensión fundada por las antedichas anacronía y cosificación del otro. Sostengo, siguiendo a Tzvetan Todorov (2005: 195), que la relación con el otro no se constituye en una única dimensión. Incluso más allá de que los efectos políticos de dicha relación puedan ser coincidentes, los modos (prácticos y discursivos) de significar al otro son siempre diversos y complejos. Esta complejidad es evidente al analizar los relatos de viaje de Moreno. Propongo entonces indagar acerca de otras dimensiones de la significación que este naturalista hiciera de los indios patagónicos.
Luego de la Conquista del Desierto, Moreno defendió los derechos territoriales de algunas comunidades indígenas además de denunciar públicamente el trato sanguinario e inhumano que el ejército argentino tuvo sobre los indios sometidos. Tales apreciaciones son las que muchas veces reutilizaron sus biógrafos para exaltar en él la imagen de científico sacrificado, abnegado patriota y misericordioso cristiano. Si bien es cierto que en algunos casos tales "defensas" tuvieron alguna efectividad, sospecho que las mismas se basaron más en un sentimiento humanitario fundado en la piedad cristiana que en una convicción política que supusiera un reconocimiento efectivo de la otredad indígena. Así pues, desde esta dimensión misericordiosa, Moreno percibía al indio como un ser indefenso, pobre e inculto. Por ende, lo subestimaba. Tal subestimación se evidencia cuando reniega de "tantas matanzas inútiles" (Moreno 1999: 117) que se realizaron con las campañas militares sabiéndose (según él lo afirmara) que los indios eran fáciles de dominar, manipular y engañar por las vías "más pacíficas" de la persuasión y negociación. De hecho, el discurso de Moreno revela un trato paternalista de él hacia los indios, lo cual se observa, por ejemplo, cuando se refiere a ellos como "niños morales" que en su relación con los blancos "tienen manifestaciones verdaderamente infantiles" (Moreno; 2007b: 106-107)
Los indígenas eran para Moreno, al igual que para muchos de sus coetáneos, una suerte de niños indefensos que deberían ser cobijados por la civilización y protegidos por el Estado. En esta imagen del indio encuentro al menos dos efectos: por un lado se los presenta como sujetos inferiores que necesitan protección, pero por el otro se los transforma en seres menores, muy manipulables y engañables. Este posicionamiento (ideológico) parece fundarse en el sentimiento de superioridad que siempre engendra un comportamiento proteccionista (Todorov 2005: 47) Por ello, el hecho de que Moreno se compungiera frente a la miseria en que vivían los indios o de cara al maltrato que éstos recibían de parte de las autoridades militares, no es contradictorio con los engaños y manipulaciones que a lo largo de sus viajes dice haber sostenido con aquellos, ya sea para conseguir caballos, negociar alimentos o recibir información relativa al territorio o a otras comunidades indígenas. De este modo, Moreno proyecta repetidamente la inferioridad indígena ya sea a partir de actitudes compasivas que afirma haber tenido para con los indios, como así también cuando narra situaciones en que se propuso emborracharlos, entregarles obsequios, mentirles o realizarles promesas que él sabía imposibles de realizar bajo la firme convicción de que "para tratar con ellos hay que tener el mismo tino que para los muchachos; hay que tentarlos." (2007b: 111)
Según Moreno el indígena actual debía reconocer "la superioridad del cristiano sobre el indio [y] el fatal destino que el segundo tiene reservado" (1999: 123). Los intereses que llevaron a Moreno al Desierto eran producto del inter-est (estar entre) civilizado. Sus categorías de percepción de la realidad (que articulaban su dispositivo de la mirada) no serían alteradas en esencia al conocer al indio patagónico. Sus viajes a la Patagonia y su diálogo con los indios no se presentarían más que como una fáctica comprobación y documentación científica de aquello que ya había conocido en las bibliotecas. Por ello, la "novedad" en los relatos de Moreno es en realidad sólo "corroboración", "ratificación" y "reformulación" de aquello que él sabía iba a hallar en sus expediciones. Así pues, y tal como Todorov lo vislumbrara para Colón (Todorov 2005: 25-28), la figura de Moreno se me presenta como la de una suerte exégeta de la naturaleza, donde su diálogo con el indio parece haberse reducido sólo a una interpretación de la naturaleza en tanto orden dispuesto para buscar allí confirmaciones de una verdad que él creía conocer de antemano. En sus relatos las palabras del indio aparecen reiteradamente desacreditadas y frente a las del cristiano se muestran irrelevantes, mostrándose indudable que "no se debe dar mucho crédito a las palabras de los indios" (Moreno 2007a: 48) a menos que aquello que ellos dijesen tuviera algún grado de coherencia con lo que el observador buscaba estudiar, descubrir o corroborar. Nuevamente, como ocurriera en el caso de Colón (Todorov 2005: 28), "la única comunicación verdaderamente eficaz que establece con los indígenas se efectúa sobre la base de su ciencia."
En esta tesitura, encuentro que, en sus relatos de viaje, Moreno demuestra no haber tenido la firme intención de dialogar con los indios, de escucharlos en tanto otros, pues simplemente buscaba interpretarlos como datos, como documentos vivos que aportasen conocimientos sobre la naturaleza. Esta ausencia de comunicación efectiva con el otro conduce a una proyección del indio como un sujeto sin voz propia o, mejor dicho, sin voz legítima. Desde esta perspectiva, nuevamente el indígena deviene un no-sujeto ya que, tal como lo afirma Tzvetan Todorov (2005: 143), "sólo cuando hablo con el otro (no dándole órdenes sino emprendiendo un diálogo con él) le reconozco una calidad de sujeto, comparable con el sujeto que soy yo" La voz del hombre civilizado se proyecta entonces como la única voz legítima frente a la cual la voz del otro pierde relevancia y es sólo silencio o balbuceo. Como tal, la voz civilizada es la única que tiene el poder de "fabricar realidad", ya que al designar cosas y acciones, se arroga la autoridad de darles existencia.
Ese acto performativo se revela claramente a partir del poder nominador que encarna Moreno cada vez que, haciendo caso omiso o menospreciando los nombres indígenas de lagos, ríos y montañas (entre otros tantos ejemplos), los re-bautiza, presentando a esas operaciones como momentos instituyentes a partir de los cuales expresa la convicción de que es la llegada del hombre blanco a esas latitudes lo que les otorga existencia (Dávilo y Gotta 2000: 63) A partir del nombre, lo nominado, lo que se su-pone desconocido, se incorpora al mundo, toma forma y se hace comparable con lo conocido. Con respecto a esa actitud bautismal que ignora las nominaciones indígenas y subestima al otro, son ilustrativas las palabras de Moreno al momento de bautizar al Lago San Martín:
busco el nombre que he de darle a este lago. Somos los primeros cristianos que lo visitan [...] Este es un paisaje de los Alpes, pero triste, desconocido, sin nombre; sólo lo visita el indio que, de cuando en cuando, viene a plantar en sus orillas el toldo primitivo; llama al punto donde acampa Kellt-Aiken; pasa aquí algunos días sin darse cuenta de la belleza del paisaje [...] La civilización no lo conoce aún y es necesario buscarle un nombre que le sirva de égida de progreso, que atraiga la vida argentina para que el lienzo azul y blanco flamee entre el bullicio, como hoy lo hace agitado por el aire del crepúsculo silencioso. Llamémosle lago San Martín, pues sus aguas bañan la maciza base de los Andes, único pedestal digno de soportar la figura heroica del gran guerrero." (2007b: 142-143)
Podemos ver en esta cita cómo el hecho de nombrar a un lago, así como a lo largo del relato sucede con otros elementos y sujetos/objetos del espacio recorrido, es un acto de territorialización que su-pone sobre lo nominado una temporalidad existencial basada únicamente en el punto de vista (la vida y la historia) de quien nomina. En este sentido, el dar nombres equivale a una toma de posesión (Todorov; 2005:35) donde nombrar se transforma en una "estrategia de nacionalización simbólica" (Andermann; 2000:126) Por ello, en el caso del Lago San Martín, como en el de muchos otros sitios y elementos naturales, los actos bautismales de Moreno se presentan en el texto con un tenor de verdaderos rituales patrióticos. Moreno se proyecta así como un agente a partir del cual la Patria toma posesión de esos sitios. Bautizándolos entonces, los in-corpora simbólica, definitiva y conscientemente a la Patria y los dispone, los hace cognoscibles y ocupables para su uso, explotación e inserción productiva al mercado internacional. En este sentido, Moreno es sin dudas un sujeto imperial puesto que "nombrar el espacio es el a priori de la colonización: sólo la magia del nombre nuevo sostiene su flamante legitimidad de reclamar como suyo lo que designa y de superponerse a otro nombre." (Andermann 2000: 127)
Frente a estos hechos, el indio reaparece en el relato reducido a un lugar de inferioridad. El engrandecimiento del nosotros es imperativamente más importante que el de cualquier otro. En los relatos de Moreno el sentir de la Patria (identidad nacional) condensa sentido de pertenencia con conciencia territorial y se presenta como un imperativo prioritario del cual se desprenden todas sus acciones y decisiones, y por el cual ellas quedan plenamente legitimadas. El progreso de la Patria aparece entonces como la gran promesa, como la causa principal que legitima todo el accionar del científico comprometido con la ciencia y la Nación. En ese contexto es entendible que, aún teniendo una mirada comprensiva y piadosa de los indios de la Patagonia, y a pesar de su comprensión y los lazos que estableció, y de reconocer que los naturales eran los propietarios del suelo, Moreno haya considerado que esas regiones debían incorporarse a la República Argentina y haya actuado en función de esa idea (Curruhuinca-Roux 1985: 103)
Ya sea mediante la anacronía con que percibía al indio, o a través de su cosificación, al concebirlo como fósil o mero indio-cuerpo, e incluso en su valoración cristiana del mismo, al defender su humanidad y protegerlo como a niños, Moreno reproduce en sus relatos una y otra vez una subestimación de los indios y un menosprecio de su alteridad que, como lo hiciera Colón cuatrocientos años antes, se mece conjuntamente entre dos actitudes: o bien considera al indio como parte anacrónica del nosotros, y entonces su-pone y propugna un asimilacionismo que proyecta sobre ellos los propios valores del blanco desconociendo toda identidad cultural diferente; o bien los diferencia, pero siempre en términos de superioridad e inferioridad, donde el indio es, claro está, el ser inferior. En este caso, como lo afirma Tzvetan Todorov
se niega la existencia de una sustancia humana realmente otra, que pueda no ser un simple estado imperfecto de uno mismo. Estas dos figuras elementales de la experiencia de la alteridad descansan ambas en el egocentrismo, en la identificación de los propios valores con valores en general, del propio yo con el universo; en la convicción de que el mundo es uno" (2005:50)
Las predicciones científicas de Moreno anunciaban que el Desierto desaparecería al ser transformado por la civilización. Su labor desde la juventud parece haber sido sentida por él como un compromiso para contribuir con tal fin, para hacer del Desierto otro espacio, civilizado y cuantizado, donde floreciera el progreso por la activa mano del hombre productivo y moderno, ante el cual el indio sólo sería un simulacro del pasado. Bajo estas proyecciones la propiedad argentina sobre el espacio pampeano-patagónico se tornaba legítima expresándose en términos de soberanía nacional. No territorializar ese "espacio vacío", el cual parecía esperar ansioso la llegada del sujeto imperial, resultaba para Moreno un pleno absurdo (Moreno 1999: 22) Las armas acelerarían el proceso evolutivo, y la ley de la Historia se sincronizaría con la de la Naturaleza. El débil perecería ante el fuerte. Las campañas militares al mando de Julio A. Roca serían entonces la realización material de tal sincronización y cumplirían la predicción científica: la solución final para el Desierto y para los indios que lo habitaban. "Se justifica la guerra contra el indio como si una ley escrita por una fuerza superior, por un dios cuyo nombre es el progreso, hubiera ineluctablemente decidido el destino de esta gente. También Moreno sabe que el indio está condenado a desaparecer." (Blengino 2005:110)
La lógica inherente al proceso de territorialización propio a un Estado Nación atravesado por la matriz capitalista, lo homogenizaría todo y para ello se alimentaría de una diluyente destrucción de las diferencias previas, para generar luego nuevas diferenciaciones. El indio no sería admitido como tal en el proyecto hegemónico de país y se iría rápidamente invisibilizando por la violencia física y la simbólica, por el genocidio y el etnocidio.
Y así, mientras el Estado Nación desplegaba progresivamente sus lógicas, una vez puesta en marcha la fábrica de sujetos y delimitado su espacio de acción, se cumplirían los anhelos patrióticos del naturalista viajero; todo se igualaría bajo un común denominador que definiría a cada sujeto: el sentimiento nacional, el fervor patriótico, la conciencia de pertenencia a la matriz Estado-Nación-Territorio. Sólo entonces sería lógico afirmar, como él lo hiciera, que "todos los hombres son iguales cuando quieren de la misma manera al suelo en que han nacido" (Moreno 1999:23)

COMENTARIOS FINALES

Como lo insinué al iniciar estas páginas, considero que la vasta tradición discursiva entramada por los relatos de viaje es en mucho responsable del gran "relato de la modernidad" que acompañó la prolongación imperialista de Europa sobre espacios que se mostraban a la espera del sujeto imperial, ése que con su llegada los transformarían y los incorporarían al "viejo mundo" desconocedor de su existencia12. Discurrir acerca de la narrativa de viajes e indagar(me) acerca de la alteridad indígena en los relatos de Moreno, ha significado para mí hundirme en la trama de viajeros y sujetos imperialistas que hicieron cognoscibles y disponibles los otros-mundos.
Los modos en que Moreno retratara al indígena en sus relatos parecen hablar también de las condiciones en que el indígena se configuraba hegemónicamente en la argentina de fines del siglo XIX. Moreno escribía en un contexto de tensión política, coyuntura a partir de la cual si antes el indio era el malonero, el acérrimo enemigo del hombre blanco,y luego del argentino, más tarde se lo percibiría como sólo-cuerpo, raza inferior cuya vida en tanto otro-enemigo se iría reduciendo a la nada, ramificándose en el silencio hasta alcanzar la predestinada invisibilidad que para él fraguó "el Ochenta" (Andermann 2000: 120)
Es cierto que en los relatos de viaje de Moreno puede hallarse cierta funcionalidad de este protagónico personaje con el accionar político de su generación la cual, como sabemos, ha trascendido históricamente como fundante del Estado Nación argentino en cuyo seno el indio no sería considerado. Si bien esto parece haber sido así quiero advertir que tal conexión entre los relatos de Moreno y el destino final de los indios lejos están de ser la contundente conclusión de este ensayo. Me niego a concluir en ese sentido pero también en cualquier otro. Desde el inicio he tenido la cautela de evitar la formulación de conclusiones definitivas y simplistas. He anhelado, en cambio, que mi escritura se (me) proyectara en medio de la complejidad como una instancia de apertura y re-flexión donde los relatos de Moreno, y el pasado desde el cual los mismos se produjeron, se actualizaran en el presente y (me) motivasen la pregunta actual por nosotros y nuestros otros, nuestros silencios y exclusiones, ya que, como lo afirma Edward Said (1996:37) "(e)l modo en que formulamos o nos representamos el pasado, modela nuestra comprensión y perspectiva del presente"
El viaje es pura contingencia y sus relatos exceden siempre la coherencia. La escritura del viajero nunca es lo mismo, puesto que viajar (física o imaginariamente) supone el encuentro (negado o confirmado) con el otro que hay en nos-otros, es decir, no sólo nos lleva a conocer los rostros de aquellos sujetos que concebimos alejados de nuestra realidad sino que también nos obliga a una experiencia en la que uno se transforma y, a partir de los cuestionamientos que su viaje supone, puede siempre devenir otro. Los relatos de del perito viajero, como el de muchos otros y como nosotros, están habitados por la contradicción desde donde, además de signarse los límites del mundo que uno habita, también se fabrica la contingencia y nuevas discontinuidades.En este sentido, donde pareciera finalizar un viaje, siempre comienza uno nuevo.
Re-encontrando discursos, invocando fantasmas, presentando paradojas y pretendiendo "hacerle decir al texto lo que el texto mismo calla" (Viñas 2003: 161), sólo he buscado dar paso a la crítica y a la reflexión intentando desnudar cuestiones políticas, re-velar(me) la disputa por el sentido por la cual ambas (crítica y reflexión) están impregnadas y desde la cual se alimenta la política y se concibe toda realidad. En este sentido, estas páginas pueden leerse también como un viaje (relatado), un desplazamiento sobre una territorialidad imaginada a partir de la cual comprender la realidad, un passage textual por el cual, a partir de los relatos de Moreno, he pretendido entonces reacomodar las contradicciones que preñan mi propio mundo, poniéndolas en palabras, emitiendo juicios y sumergiéndome -como en todo viaje- en el infinito de distancias infinitas, partiendo de mí y volviendo a mí, para el reencuentro con lejanías que he intentado acercar y cercanías que ahora me resultan distantes, en un trabajo de análisis sobre el pasado que pretende interpelar permanentemente al presente. Es allí donde comienza un (nuevo) viaje que siempre está por-venir y por el cual, tal como lo sugerí en el primer apartado, relato y política se hallan intrínsecamente consustanciados.

Notas

1. Así pues, en el primer caso, el del espacio, el proceso de territorialización -al cual concibo como el conjunto de acciones y discursos a partir de los cuales se "fabrica" hegemónicamente territorio (Cfr. Gotta et. al.: 3)- se produciría en tanto comenzaba a "fabricarse" Territorio Nacional, mediante la progresiva definición estatal de explícitos límites geográficos de la soberanía "nacional"; en el segundo, el de los hombres, en tanto comenzaba a "formarse" a los sujetos nacionales, trazándose sus límites culturales e interpelándoselos como argentinos.
2. Vale aclarar que cuando hablo de occidente siempre me remito a una construcción (geográfica, histórica y cultural), a un producto del imaginario social que vinculo directamente con una hegemónica tradición de discurso (la europea, en sus raíces grecolatinas principalmente) que fijó un locus de enunciación (Mignolo 2007: 59) desde donde se re-producen y realizan la descripción, la conceptualización y la clasificación del mundo.
3. Entre ellos, específicamente se abordarán dos obras de Francisco P. Moreno: Viaje á la Patagonia austral emprendido bajo los auspicios del Gobierno Nacional, publicada por primera vez en 1879; y Reminiscencias del Perito Moreno (Moreno 1999), recopilación de notas, reminiscencias y documentos de viaje que publicara Eduardo V. Moreno hacia 1942. Para la lectura deViajes... dispongo de una edición reciente que ha publicado dicha obra en dos partes: (Moreno 2007a) y (Moreno 2007b)
4. El itinerario recorrido por la narrativa de viajes hasta transformarse en un género literario específico fue extenso, discontinuo y complejo. No obstante considero posible destacar algunas continuidades que signaron su derrotero en tanto tradición de discurso. Una de ellas se relaciona con el nacimiento del viajero moderno, es decir, el viajero-narrador representado en la figura mítica de Marco Polo, y más tarde de Colón (Cicerchia 2005: 28). Este nuevo viajero -que emprendió su travesía acorde con el proceso expansionista de Europa y el creciente (y secularizante) interés cultural en la ampliación empírica del conocimiento científico- fundó una nueva relación texto-lector basada en la autoridad (protagónica) del viajero sobre el texto, el cual a partir de entonces comenzaría crecientemente a valorarse según la importancia del hecho relatado. Así pues, este nuevo viajero-narrador sería quien le otorgaría "autoridad" (en tanto autor) y "autenticidad" al escrito. Este hecho maduraría con la consolidación dieciochesca del concepto de autenticidad -en tanto adjudicación de origen- como "valor de autoridad" de toda obra de arte (Benjamin; 1997), un criterio que en el caso de la literatura redefinió decisivamente la relación autor-texto-lector. Otra de las continuidades destacables refiere a la llamada "revolución de la lectura" de finales del siglo XVIII. Acorde con las transformaciones socioeconómicas y culturales de la segunda mitad de ese siglo, el siglo XIX se iniciaría al calor de una creciente masificación y especialización de la lectura de obras literarias, entre las cuales los relatos de viaje -particularmente aquellos de origen inglés- serían uno de los objetos de lectura más difundidos (Trifilo 1959: 9). Frente a un público masivo y curioso, los viajeros-narradores deberían satisfacer a lectores cada vez más exigentes. Entre aquellos el viajero alemán Alexander von Humboldt no sólo cumpliría con tal cometido sino que además revolucionaría los modos del decir (y del leer) la narrativa de viaje. A partir de Humboldt el viajero-narrador legitimaría la voz propia y se proyectaría como el observador-protagonista de su experiencia al involucrarse con el objeto de su observación. Cfr. Cicerchia (2005) y Prieto (2003)
5. En 1873 emprendió su primer viaje a la Patagonia llegando a Carmen de Patagones en búsqueda de fósiles. En 1874, inició su segundo viaje para recorrer los ríos Santa Cruz y Negro. El tercer viaje lo hizo en el año 1875. Persuadiendo a la Sociedad Científica Argentina de financiar esta expedición, la intención de Moreno era transformarse en el primer hombre blanco que llegase al Nahuel Huapi desde el Atlántico para luego desde allí cruzar hacia Chile. No pudo concretar plenamente su travesía porque luego de llegar al País de las Manzanas (triángulo neuquino bajo dominio mapuche), conocer el gran lago Nahuel Huapi y entrevistarse con el cacique Shaihueque, éste le negó el paso hacia Chile. Con la idea de mostrar a los argentinos el valor político y económico de la Patagonia, en 1876 realizó su cuarto viaje. Decidido a conocer las nacientes del río Santa Cruz llegó al lago que bautizó como Lago Argentino, al glaciar que hoy lleva su nombre, al lago San Martín y al volcán Fitz Roy (Chaltén). Finalmente hacia 1879, y habiéndose iniciado la Conquista del Desierto, Moreno emprendió su quinto viaje. Entonces surcó el Río Negro hasta internarse en la cordillera para llegar una vez más hacia el País de las Manzanas donde cayó prisionero de Shaiueque. De cara a la invasión del ejército argentino sobre las comunidades indígenas del lugar, Moreno fue enjuiciado por la comunidad de Shaiueque y condenado a muerte. La demora de su sentencia le permitió fugarse regresando a Buenos Aires en mayo de 1880.
6. El resaltado es mío.
7. Según podemos observarlo por la cita transcripta más arriba, a lo largo de sus relatos Moreno presenta a la Patagonia como el espacio aún no-civilizado que debe transformarse y desaparecer en tanto Desierto. Siendo esto así uno puede suponer que el viaje a esos territorios obligaba a Moreno a alejarse de la civilización. No obstante, no siempre un desplazamiento físico supone un desplazamiento cultural (Davilo y Gotta 2000: 14). Al menos, en el caso de Moreno, y a partir de la intertextualidad que caracteriza sus relatos, se hace evidente que su alejamiento del mundo civilizado era sólo físico, puesto que con sus viajes a la Patagonia, lejos de distanciarse parece haber reafirmando y afianzando su pertenencia a la civilización. Tal como lo plantea Vanni Blengino (2005: 91), Moreno -más allá de mostrarse conviviendo en sus viajes con indios, gauchos y otros personajes de status social y cultural muy diverso al suyo- sostiene en el relato un permanentemente "diálogo a distancia" con personajes del mundo civilizado. Considero que a partir de esa convivencia dialógica con destacados filósofos, poetas y científicos de la historia nacional y mundial, pero principalmente con grandes viajeros naturalistas predecesores o contemporáneos, no sólo matiza y enfatiza en el texto -autorizando y haciendo verosímiles- sus propias cavilaciones y hallazgos científicos sino que además reafirma permanentemente su conspicua procedencia.
8. Según Moreno esta secuencialización racial no sólo reglaba las diferencias entre indios y blancos sino que también era determinante entre los indios americanos. Al respecto refería a diversos grados de evolución de las "subrazas" indígenas. Si bien era sabido para él que todos los nativos americanos perecerían frente al avance de la civilización, Moreno explicaba que aquellos más evolucionados y civilizados (más fuertes) lo harían más tardíamente que los demás. En este sentido argumentaba que, entre los indios americanos, los habitantes del Desierto formaban parte de una de las razas menos evolucionadas y por ende proclives a extinguirse rápidamente. (Moreno 1999:145)
9. El resaltado es mío.
10. A partir de aquí, para referirme a los indígenas contemporáneos a Moreno lo haré en los términos de "indio/s del presente" o "indio/s actual/es".
11. Al respecto, son sugerentes las páginas introductorias escritas por Moreno en su Viaje a la Patagonia Austral... con el título de "Al lector". Allí (Moreno; 2007a:19) proyecta su "inocencia" al advertir que con la publicación de su diario no tiene "...pretensiones de ningún género..." más que describir los paisajes patagónicos para que "...con esta narración mis compatriotas puedan formarse una idea de lo que encierra esa gran porción de la patria, siempre denigrada por los que se contentan con mirarla mentalmente desde la bibliotecas." El contacto directo con el objeto de estudio, en este caso el paisaje, le otorga la autoridad moral e intelectual de presentarse como un pionero en el conocimiento y divulgación nacional del espacio patagónico -preconcebido sin dubitaciones como parte del territorio nacional. Esto representa un locus de enunciación que se encuentra velado por su advertencia de neutralidad ("sujeto inocente"), por la cual naturaliza los intereses políticos y económicos que motivan su viaje -hacer cognoscible al espacio y al indio para in-corporarlos al Estado Nación y al mercado capitalista- y que pueden colegirse de esa cita como de tantas otras a lo largo de sus relatos.
12. El "relato de la modernidad" habita nuestras identidades colectivas. Esto, en tanto "argentinos" y "americanos",se torna evidente siempre que nos cuestionemos -como lo hace Walter D. Mignolo- sobre el hecho de que la misma idea de "América" es el producto moderno y eurocéntrico de una trama discursiva históricamente hegemónica que, tejiéndose en torno a los relatos de viajea partir de los cuales se nombró, delimitó y cargó de sentido a un espacio (el "americano"), proyectaron a lo largo de 500 años una matriz de realidadque aún nos es constitutiva como sujetos sociales. De-construir esta realidad y disputar su sentido es la apuesta política que emprenden pensadores como Mignolo partiendo de la premisa de que ""América" nunca fue un continente que hubiese que descubrir sino una invención forjada durante el proceso de la historia colonial europea y la consolidación y expansión de las ideas e instituciones occidentales." (Mignolo 2007: 28)

OBRAS CITADAS

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3. Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993.         [ Links ]
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