sábado, 5 de marzo de 2016

LOS CIMIENTOS DE LA ARGENTINIDAD Y UN HÉROE OLVIDADO





Por Hebe Luz Ávila




                                                    Arma, virumque cano... HOMERO. La Iliada.




No es un héroe de una sola pieza: no se trata de un Hércules, un Julio César o un San Martín. Pero su incesante y destacado accionar cubre más de cuarenta años en los duros comienzos de lo que será nuestro país. Un esforzado protagonista en su eficaz tarea de construir los cimientos de la Argentina.
Aparece en la historia, en narraciones de testigos, en documentos valiosos, pero siempre al lado de los jefes, aunque siempre como brazo ejecutor de importantes y decisivos episodios. En efecto, Hernán Mejía de Miraval, con sus múltiples facetas, con su constante protagonismo en empresas cruciales, resulta un partícipe irremplazable  en las exploraciones iniciales y en la fundación de una decena de ciudades.
Para presentar a nuestro héroe, nos ubicamos en el NOA, donde históricamente se establecen los comienzos del país: la primera ciudad fundada que perdure será Santiago del Estero, en un proceso que va desde 1550 a 1553. Luego, esta Madre de ciudades fundará -entre otras muchas- Tucumán (1565) y Córdoba (1573), y aportará hombres e importantes bastimentos para erigir Buenos Aires en 1580, cuando ya en su territorio había germinado el primer grano de trigo en 1556, y se contaba con Obispado y Catedral desde 1570.

Un hidalgo español educado para la guerra. El contexto

Hernán Mejía de Miraval había nacido en Sevilla, en 1531. Era hidalgo -es decir noble- lo que en el medioevo significaba tener por oficio hereditario la guerra. Recordemos que al momento de su nacimiento hacía apenas 40 años que terminara la reconquista, en la que durante más de siete siglos los reinos cristianos de la península ibérica lucharon en pos del control peninsular en poder del dominio musulmán.
También hacía apenas 40 años que Colón descubriera América, la que ahora se presentaba como el mejor escenario para que estos hidalgos educados para la lid intentaran adquirir fortuna y gloria. Es así como, niño aún, Hernán acompaña a su padre y hermano, enrolados en las tropas de La Gasca rumbo al Perú. Efectivamente, Pedro de la Gasca, sacerdote, político, diplomático y militar, había sido  nombrado presidente de la Real Audiencia de Lima con la misión de terminar con la rebelión de Gonzalo Pizarro . Luego La Gasca pasaría a la historia como el Pacificador,  y hasta llevaría a cabo un ordenamiento general del Virreinato del Perú. Y nuestro protagonista será una pieza importante en esta misión.        
 La conquista del Nuevo Mundo resulta casi vertiginosa durante el reinado de Carlos V (1516 -1556): en México, Hernán Cortés sojuzgó a los aztecas y así surgió el  Virreinato de Nueva España;  Pedro de Alvarado conquistó a los pueblos mayas y formó el Reino de Guatemala; en la actual Colombia,  Gonzalo Jiménez de Quesada venció a los chibchas y fundó el Nuevo Reino de Granada; Francisco Pizarro se impuso sobre los incas e instauró el Virreinato del Perú.
Carlos V ya tenía claro su proyecto geopolítico para lo que hoy  es nuestro país: era necesario construir un fuerte en el Río de la Plata que uniera el Atlántico con el Pacífico y vincular este nuevo territorio con el de Perú. Propósito inicial, que –con variaciones lógicas – hoy perdura en nuestro aún inconcluso Corredor Bioceánico.
Y es esta meta la que lleva en 1536 a Pedro de Mendoza a instalar el malhadado puerto de Santa María de los Buenos Ayres. La idea era, en un primer momento, venir desde el sur, por lo que unos meses después se funda la ciudad de Asunción.
En cuanto a las entradas por tierra, desde el Perú, Diego de Rojas y luego sus compañeros exploraron el Tucma en 1543, recorrieron el actual territorio desde Jujuy hasta Córdoba y, luego de la muerte de Rojas, una parte de los exploradores siguieron a Chile y otra hasta el río Paraná, para regresar luego al Perú. La información de esta expedición, que durara cuatro años, resultó fundamental para las posteriores fundaciones, al recoger datos acerca del territorio, habitantes, caminos y distancias desde el Perú hasta al Río de la Plata.
Así, cuando La Gasca pone fin a los virulentos enfrentamientos entre Pizarros y Almagros llega el momento de la conquista y poblamiento del territorio. Por tal motivo, otorgó permiso a Pedro de Valdivia para dirigirse a Chile (1540) y a Juan Núñez de Prado a fundar una ciudad en el Tucma.
Destaquemos que casi todas las expediciones eran empresas privadas, a costa de los bienes personales de los conquistadores, pues no se trataba de soldados pagados por un ejército nacional. Se basaban en Capitulaciones, en las que los capitanes aportaban a la empresa los medios económicos y el capital humano, y el rey la autorización. Las huestes que acompañaban, a su vez, se alistaban voluntariamente y contribuían con sus armas y cabalgaduras. Una empresa privada, con vistas a un futuro botín (tierras, encomiendas, cargos), en el que podrían tener su parte.

Primeras ciudades

Cuando La Gasca encomienda a Núñez de  Prado recorrer el Tucma y fundar allí un pueblo, va también Hernán Mejía de Miraval. Apenas dieciocho años, y ya había recibido su bautismo de fuego en  los enfrentamientos con los insurrectos del Perú.
El trayecto fue arduo entre rutas escarpadas, siguiendo el camino del Inca, por la desolada Puna, cruzando salinas barridas por vientos helados, sin pasto para los animales, sin troncos para el fuego, escasos de agua, apunados y, más de una vez, extraviados, en busca de una región sin límites precisos.
A la vanguardia, entre los hombres de a caballo, marchaba nuestro joven héroe. Iban guiados por los veteranos de la entrada de Rojas, y les seguían arcabuceros, el grueso de soldados de a pie, un nutrido aglomerado de indios yanaconas y atrás las cargas de pertrechos necesarios para su  misión de conquista y población, así como ovejas, gallinas, semillas de maíz y zapallo.
Andaban con rumbo sureste, salvando estoicamente los ríspidos declives de la cordillera, y estorbados continuamente por escaramuzas con grupos aborígenes, entre ellos los feroces indios omaguacas.
Desde la ladera de las últimas sierras, divisaron al fin llanuras fértiles, pequeños ríos y tupidos bosques; era la región de los lules, hábiles flecheros.
El 29 de junio de 1550,  Nuñez de Prado funda, a orillas del río Ibatín, la ciudad de Barco (en honor de La Gasca, nacido en Barco de Ávila). Lo hace con solemne ceremonial, juramento y colocación de rollo de justicia y cepo, delimitación del sitio de la plaza pública, y elección del Cabildo.
El medio hostil, la falta de alimentos, las violentas interferencias de los inescrupulosos capitanes de Valdivia que alegaban que el Barco estaba en tierras de su jurisdicción, llevaron a Núñez de  Prado a trasladar la primitiva ciudad y fundar Barco II (mayo o junio de  1551, en la actual Salta) y Barco III (junio de 1552, junto al río Dulce). Distintas probanzas dan fe de que "el Capitán Hernán Mexía la ayudó a sustentar, conquistar con mucho travajo, a pié y a cavallo, con grandes necesidades de hambre, sed y cansancio (…), en muchas refriegas que tuvieron con los naturales,  (…) vestido de cueros de leones y de tigres y descalzo".
Poco tiempo después de emplazada Barco III, supieron que, en un pueblo cercano, más de 4.000 naturales se preparaban a destruirla, por lo que fueron enviados 30 hombres, y entre ellos el intrépido Miraval, "a cavallo con todas sus armas", y entró “en el fuerte de los yndios a desbaratallos”, lo que permitió que los demás soldados frustraran el ataque.
En cada fundación se repite igual ceremonial y se nombra a los integrantes del Cabildo. Inmediatamente se explora el territorio, se toma posesión del mismo y se somete a los pueblos originarios. En esta misión se destaca siempre Miraval, que no solo se enfrenta valientemente y vence a los atacantes, sino que también sabe conquistarlos y ganarlos como amigos.
Los lugares elegidos para la fundación de los tres Barco no fueron los adecuados y, cuando se pensaba en un nuevo traslado, apareció Francisco de Aguirre, desde Chile, enviado por Valdivia a desalojar a Núñez de  Prado y poner al Tucumán bajo el dominio chileno.
Aguirre traslada la tercera ciudad a una legua más al norte, y la nombra Santiago del Estero, el 25 de julio de 1553, toma prisionero a Núñez de Prado y lo envía a Chile junto con los sacerdotes que llegaron con él.
Otra vez el transporte de enseres, la marcha agobiante, volver a armar la ciudad, y al poco tiempo, ante la muerte de Valdivia, debe regresar Aguirre a Chile, y se lleva consigo caballos, españoles e indios amigos.
Dos años pasan en la situación más crítica: pobreza (vestían cueros y camisas que confeccionaban con cabuya), hambre (debían comer hasta sabandijas silvestres) y desamparo. Y allí estará Miraval, junto con los principales vecinos, defendiendo el fuerte con sus vidas ante el ataque de los terribles lules.

Esforzadas hazañas

Todo lo soportaban aquellos aguerridos conquistadores, menos la falta de consuelo espiritual, por lo que cinco de ellos partieron para Chile en busca de recursos y un sacerdote. Y allí fue nuestro héroe, a enfrentar unos Andes “fragosos y tempestuosos”,  hambrientos, acosados por nativos belicosos. Logran cruzar la cordillera, y regresar trayendo al sacerdote Juan Cedrón y armas, vacunos, ovejas, vides, higueras, olivos, naranjos, durazneros y, sobre todo, semillas de algodón, trigo y cebada.
En 1558 llega como gobernador Pérez de Zurita, quien vuelve a explorar el territorio con la idea de  fundar nuevas ciudades para defensa del mismo. Señalemos que estas expediciones se realizaban generalmente dispersas, sin conexión entre unas y otras, y dentro de un área de cerca de 1.500.000 kilómetros cuadrados. “Gajes de hombres de acción”- diría Miraval. 
Así, nuestro protagonista recorre los vericuetos del valle y con su valentía suscita respeto en numerosos grupos diaguitas. Su éxito es decisivo, pues logra apresar al cacique Chumbicha, hermano del temible señor de la comarca, Juan Calchaquí, que finalmente pasa a ser un aliado, y así se detiene la agresividad de las tribus circundantes.
Nuevas fundaciones se suceden: Londres (1558), en territorio catamarqueño y Córdoba del Calchaquí (1559), en el salteño.
Al regresar el gobernador Zurita a Santiago del Estero, se enteró del alzamiento de unos 6.000 aborígenes en las costas del río Salado y se dirigió hacia allí con unos 50 hombres. Miraval peleó bravamente en la vanguardia, y fue herido con flechas envenenadas.
En agosto de 1560, Pérez de Zurita funda Cañete, emplazada en el lugar de Barco I.
De Santiago del Estero salen los recursos para estos emplazamientos: caballos, armas, alimentos, soldados,  y nuestro héroe es reconocido por la generosidad con que contribuye con parte de su hacienda. Igualmente participará en las fundaciones de Nieva (1561) en el valle de Jujuy, San Miguel de Tucumán (1565),  Nuestra Señora de Talavera (1567) en Esteco y, muy especialmente, en la de Córdoba (1573), donde será la mano derecha de Jerónimo Luis de Cabrera, su fundador.
Esas primeras ciudades eran puntos fortificados, dispuestos estratégicamente como cinturón defensivo contra los naturales, y a la vez jalones en las posibles rutas de unión con Chile y con el Perú.
La lucha con los indígenas fue sin cuartel. Así, en 1559, y por mal trato del nuevo gobernador Castañeda, se sublevaron los naturales de Londres, Córdoba y Cañete y las quemaron. Miraval, que estaba en Córdoba del Calchaquí donde se desempeñaba como Regidor del Cabildo, encabezó la defensa y lucharon a brazo partido, aunque solo se salvaron seis cristianos, que ensangrentados entre la multitud de atacantes se abrieron paso audazmente. Debieron cruzar de noche sorteando grandes peligros y nuevos ataques, y “llegaron a la nueva ciudad de Nieva tan espantosamente desfigurados, que ninguno los conoció".
Sabiéndose responsable de la pérdida de estas ciudades, el gobernador regresó a Chile, y Miraval “fue uno de los que quedaron en guarda y amparo de la dicha ciudad, ayudando siempre, como buen soldado, a la conquista y sustento de ella".

Los trabajos y los días

Como Homero, no solo cantamos a las armas o episodios bélicos, sino también a otros significativos aspectos del trascendente accionar de Hernán Mejía de Miraval.
Si bien los que trascienden históricamente son los gobernadores, nuestro héroe resulta ser un facilitador, muchas veces consejero y guía, cumplidor fiel de sus encargos, esforzado explorador de territorios en las fundaciones y pacificador de aborígenes.
No solo se lo reconocerá como” el brazo armado de la conquista”, sino también el que lleva a cabo  acciones significativas que transforman la realidad. Así, el cruce a Chile, del que trae semillas, permitirá que en Santiago del Estero germine el primer grano de trigo del territorio de nuestro país, y que comience una nueva producción agrícola con su consecuente industria, como será el caso del algodón, pronto la principal producción del Tucumán, donde la vara de lienzo oficiaba de moneda: “la plata de esta tierra”. Igualmente, de las yeguas, vacas y ovejas que trajera nuestro héroe, nacerá en poco tiempo una fuerte actividad ganadera y un activo intercambio con Perú y Chile.
A la par, en esa tarea de transformador de realidades, adquiere gran importancia la exploración que realiza en los territorios del actual Chaco, en donde, a pesar del feroz
ataque de sus aborígenes, logra encontrar un meteorito y extraer hierro que desde entonces servirá –entre otras cosas - para la fabricación de herraduras, arados y gran parte de  las armas revolucionarias que llevaron a la independencia.

Lo consideramos héroe también por sus virtudes, que aparte de su probada valentía (se lo reconoce como “el Bravo”), se destaca por su constante generosidad. Así, en la reseña de servicios, se lee que en la fundación de Córdoba “gastó mucha suma de pesos oro, en armas, cavallos e otros pertrechos de guerra, llevando a su mesa muchos soldados, dándoles de comer”.

Prudente y hábil componedor, son numerosas las oportunidades en que pacifica los ánimos y cierra acuerdos amistosos, como en el conflicto entre  el gobernador Abreu y Juan de Garay, al interceder entre los dos altivos personajes y lograr el arreglo. Groussac lo califica de "aplacador profesional, cuya blanda facundia y don de gentes parece que producían realmente, sobre aquellas almas bravías de conquistadores, el efecto del aceite sobre las olas".


Por sus frutos los conoceréis

En este territorio hostil y salvaje, entre hombres rudos, muchas veces inescrupulosos, nuestro héroe, a lo largo de su vida, se puede calificar de varón bueno y prudente.
En los primeros años de la conquista no vinieron españolas, por lo que los conquistadores se apareaban con indias, de donde devino el mestizaje que nos caracteriza como continente.
De ahí la opinión de Aguirre: "Se hace más servicio a Dios en hacer mestizos que en el pecado que con ello se hace". A la vez, se dice que Irala, en Paraguay, que tuvo unas 60 concubinas nativas.
Por el contrario, Miraval, en sus primeros años en Santiago del Estero, formó pareja con la hija del cacique del Mancho, bautizada María, con la que vivió unos 15 años y tuvo cuatro hijos, formalmente reconocidos y de cuya educación se hizo cargo con mucha dedicación (primera generación de criollos en nuestro territorio). Dos hijas de esta unión se casaron con nobles que participaron en la fundación de Córdoba, y entre su descendencia figuran destacadas familias de esa ciudad, como los Tejeda y los Cámara. Su nieta, doña Leonor de Tejeda y Miraval, al crear en Córdoba un monasterio para hijas y nietas de conquistadores, declara: “… yo hice renunciación de toda mi herencia y patrimonio paterno y materno al tiempo que profesé para fundar un monasterio de monjas en esta dicha ciudad por la obligación que le tengo por ser como es mi patria y deseando su aumento y que se fuese ilustrando y ennobleciendo en semejantes obras de piedad”
También, el primer poeta argentino será su bisnieto mestizo Luis de Tejeda (1604-1680), y después figurará entre sus ilustres descendientes el Deán Gregorio Funes.
Más adelante, nuestro héroe se casa con una dama española, Isabel de Salazar, con la que tiene cinco hijos. Una de ellos, Bernardina, se casará con Francisco de Argañaraz y Murguía, será cofundadora de la ciudad de Jujuy y colaborará activamente en su sustento. De este matrimonio descenderá, varias generaciones después, Martín Miguel de Güemes, héroe de la independencia y gobernador de Salta.            
Otro hijo de Miraval e Isabel, el Padre dominico Fernando Mejía, será quien refunde en Santiago del Estero, en 1604, “el primer convento establecido en territorio argentino.”
Más adelante, en su descendencia se encuentran personajes importantes como el General Dehesa y Evaristo Carriego.


Más de 40 años de esforzados servicios

Miraval recorrió incansablemente el territorio, desde Panamá hasta el sur de Córdoba, y desde la Serena hasta el Paraná, donde ayudó a que Juan de Garay fundara Santa Fe. No se trata de un aventurero más, pues su probanza de méritos y servicios es admirable, ya que en su profuso accionar debió cumplir importantes cargos.  Así, fue Teniente de Gobernador en todas las ciudades que ayudó a fundar, y actuó otras veces como Primer Alcalde, Regidor, Procurador General, Teniente General, Maese de Campo y Capitán general.
Permaneció en estas tierras hasta 1591, cuando viajó a España con el mandato de solicitar la unificación judicial del Tucumán, Chile, Río de la Plata y Patagonia (Las tierras al sur del paralelo 35º S, o “Trapalanda”). Toda una original y audaz visión geopolítica.

La fecha incierta de su muerte (¿1596 en España?) da visos legendarios a este héroe de carne y hueso, que participó activamente en la cimentación de la que eligió como su patria. Y consecuentemente, no solo se preocupó pensando – y actuando con decisión - en qué patria le dejaba a su descendencia, sino también – y probadamente –en qué hijos dejaba a su patria.

1 comentario:

  1. "Un brazo apenas del eterno español", se dijo de Hernán Mejía de Miraval. Heroico antepasado y de muchos otros argentinos.

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